Los libros más bellos del mundo

 

Recientemente se ha celebrado el Día Internacional del Libro y proximamente tendremos en el parque del Retiro de Madrid la feria anual.
 
 
A raíz de la visita a la exposición sobre el Beato de Liébana en la Biblioteca Nacional, pude profundizar en el mundo de los clones y gemelos digitales; de las obras literarias más bellas de la historia.
 

Un clon físico, valorado en miles de euros, solo está accesible para los bibliófilos en exposiciones y museos. Precisamente en estos últimos podemos empezar a tocar clones de piezas que solo podían pasar por manos de especialistas y conservadores.
Este es el campo profesional del excelente escritor y divulgador histórico Néstor Marqués, al que incluí en los agradecimientos de mi obra De la caverna al metaverso.

Por suerte los gemelos digitales son mucho más asequibles, a menudo de forma gratuita desde los portales web de las mejores bibliotecas nacionales del mundo. Aunque no disfrutemos de los otros sentidos, el de la vista podrá maravillarse con estupendos manuscritos, códices, incunables, biblias, libros de horas y obras científicas que mantuvieron su influencia durante siglos.
 
 
Precisamente la evolución en la tecnología de impresión, en el siglo XV, en la transición del manuscrito al libro impreso; provocó la democratización del conocimiento. Un paralelismo que se dio también con la aparición de Internet.

 
Me gusta mucho la metáfora de los libros como animales agazapados en los anaqueles de las librerías (físicas o digitales), a la espera de un lector curioso, que lo tome en su mano, lo sopese, valore la belleza de su portada, ojee su contraportada y decida que la obra es de su interés.
El animal literario se abalanzará sobre su desprevenido lector, con fantásticas consecuencias.
 
 
Si esto sucede con los libros que puede escribir el común de los mortales, almacenados en los depósitos robotizados de la sede alcalaína de la BNE; ¿Qué efectos no produciran los clásicos con su simple visionado?
 
Obras en la que se realizaban disecciones virtuales de cuerpos humanos al pasar las páginas, como la de Andreas Vesalius.
 
 
Libros considerados catedrales de bolsillo por derecho propio. El libro de horas de Carlos V, el del Duque de Berry o Enrique el León...

 
Maravillas de la impresión, con un trabajo de largos años, para reflejar de la forma más hermosa posible los Trabajos de Geoffrey Chaucer.

 
O los increibles grabados de la Micrografía de Hooke. Imágenes de los más pequeños seres vivos, que realmente salen del libro en impresionantes páginas desplegables.



Tras visitar un par de exposiciones en la Biblioteca Nacional, inicié los trámites para obtener el carné de investigador y comencé a obsesionarme con esas obras increibles, muchas de las cuales escritas en lenguas que no entendía.

Seguí un seminario web para conocer el funcionamiento de la Sala de Prensa y Revistas; a la que tengo proyectado realizar unas visitas de investigación este verano. Me sorprendió que los asistentes desconocieran el concepto de OCR en un documento, fundamental para transformar una imagen de un texto en auténtico texto indexado.

Definitivamente la tecnología, las letras y la historia deben maridarse. En aras de una figitalización de la cultura, que la democratice, en unos tiempos convulsos teñidos por la desinformación y  las fake news.

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