Creando mejores mundos.

Dos droides se alejan de la cápsula de salvamento que les ha depositado en la superficie del inhóspito planeta Tatooine. Tienen un desencuentro sobre la ruta a seguir. El humanoide, continúa por el mar de dunas, no sin cierta aprensión. El cilíndrico rueda en otra trayectoria y, por magia del cine, desaparece del Sáhara tunecino y aparece en el americano Valle de la Muerte.

Esta escena despertó mi fascinación infantil tanto por el desierto como por la ciencia ficción.


Obviamente el paseo acabó mal para ambos. Al igual que para muchos mercenarios y merodeadores, vaporizados por el fusil del mandaloriano, de los que solo queda su calzado como recuerdo.

El género cinematográfico del western ha surtido de icónicas escenas al Olimpo del séptimo arte. Es cierto que su narrativa un tanto plana y maniqueísta aporta un lienzo perfecto para esbozar a los oscuros malos malosos y ensalzar a los, a veces torturados, héroes.

El sheriff borrachuzo a punto de meter la mano en la escupidera en Río Bravo (1959). O el viaje iniciático del estrábico niño Joey junto al pistolero Shane, en Raíces profundas (1953).

Aunque el género entró en cierta decadencia, series y películas cifi le insuflaron nueva vida en gloriosos remakes y nuevas sagas espaciales.

Star Wars (1977).  Atmósfera Cero (1981). Firefly (2002) y su secuela cinematográfica, conseguida gracias a sus incondicionales, Serenity (2005). Westworld, la serie de 2016. Y la serie que nos ocupa: El mandaloriano (2019).

Incluso la serie "B" ha aportado interesantes propuestas al más puro western distópico.

¿Y cuál es la novedad? Las escenas de nuestro western mandaloriano favorito continúan rodándose en el Valle de la Muerte y la calidad de su guión, ambientes y personajes calientan la competitividad de las cruentas Streaming Wars.


Cierto, pero ni el prota con su molesto casco y armadura, ni el resto del equipo, deben patearse el desierto. ¿Y cómo lo hacen? ¿Con pantalla verde? No, con el sistema Stagecraft. 

Básicamente consiste en mandar a unos becarios a rodar exteriores. Renderizar los escenarios con un motor Unreal de videojuego y proyectarlo en "el Volumen", un plató formado por dos enormes pantallas led laterales y una de techo, de ultra alta resolución.

Los actores y demás equipo se mueven en este estudio de unos 25 metros de ancho por 6 de alto. Solo hay que recrear el suelo y parte del escenario junto con su atrezzo.

La genialidad de Stagecraft consiste en que el escenario reacciona en los tres ejes a los movimientos de la cámara, al igual que un video en 360º, siendo perfectamente editable, escalable y configurable en cuanto a iluminación, sombras, hora del día...
 
La inversión es importante. Recordemos que cada capítulo tiene una duración media de 40 minutos y cuesta 15 millones de dólares.
 
Puede que no volvamos a disfrutar de los protagonistas de Star Wars por Sevilla. Todo tiene sus aspectos negativos. Quizás las Streaming Wars deriven hacia quién rueda en espacio real y quién en estudio...

Os dejo. Tengo que subir la Gran Duna y negociar con los jawas su contrato para la recogida de basura de mi distrito.



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