Los muertos cabalgan deprisa VIII

 

 

10. El vampiro de Highgate

Aurora plomiza sobre las estatuas desmembradas, la niebla enredándose en el hierro frío de los portones, el musgo trepando lento por las piedras: Highgate es un umbral suspendido, hueso y rumor bajo la piel gastada de Londres. Aquí cada paso inventa su propia gravedad, la respiración se carga de ecos y lo invisible parece tantear tus talones.

Hay lugares que cargan una memoria que no les pertenece, como si la ciudad entera susurrase desde las raíces. Highgate huele a mito viejo, a podredumbre ancestral, a lágrimas fosilizadas en grietas que nadie ve. El visitante es apenas una sombra, una anomalía en el ciclo de lo inevitable. 

Vale Claude, deja de flipar y vamos a poner al lector en situación. La inspiración de esta serie de artículos sobre vampirismo, a golpe de IA, vino del libro "Rutas vampíricas" de Sergio Ramos.

Me sorprendió conocer la historia del cementerio londinense de Highgate. En plenos años setenta del siglo XX, se comenzaron a publicar avistamientos sobrenaturales, se empezó a viralizar la presencia de un vampiro y la cosa acabo con el asalto de decenas de personas al cementerio para ejecutar al vampiro. Sin olvidar el enfrentamiento de dos cazadores del misterio de la época (hoy serían influencers en redes sociales) y el siniestro peregrinaje del llamado "ataúd negro"; con estacazo final.

Me impresionó tanto que pasé la info a un compañero, adepto a estos temas. Es un adicto al café desde que se aficionó "a lo tonto", y ahora no puede dejarlo porque le duele la cabeza. Le aconsejé que no probase jamás la sangre... 

Prosigue, Claude, por favor.

Enero de 1969.
Niebla ciega, silencio prestado. Un rumor descansa entre las lápidas: alguien vio, alguien sintió. No hay certeza, apenas un escalofrío extendiéndose como mancha de humedad bajo una puerta cerrada. Una anciana asegura que, junto a la cripta de los Waterlow, una figura imposible le robó el calor al aire. Es solo un relato, pero en Highgate cada palabra puede petrificarse en la memoria.

El aire trae consigo un olor denso, terroso. A mitad de un resuello podría confundirse la tristeza con el miedo.

Como decían en la película de Carpenter: "Tras la niebla, viene el terror". Imaginemos Highgate en aquella época. Enorme, desangelado, semi abandonado y con la vegetación medrando por doquier.

El problema de la perpetua neblina londinense se solucionó en 1960. No hay que imaginarse Highgate con un denso smog, como en las películas de  Jack el Destripador. Aunque, en aquella época, entre el abandono, la ruina de tumbas y panteones, el vandalismo y un poquito de niebla otoñal, debía dar cierta grima.

Febrero de 1970.
Algunos buscan, otros solo intuyen. Los nombres cambian —Farrant, Manchester— pero la pulsión es idéntica: traspasar la superficie, deslizarse hacia el corazón podrido de la leyenda. Se habla de un ataúd negro, voluntarioso, que migra bajo la tierra, lejos de la luz y de los ojos. El ataúd no es descanso, es amenaza. El rumor resuena como un retumbar en los túneles del subsuelo; hay un centro oscuro sorteando la vigilancia.

David Farrant y Sean Manchester fueron los influencers de su época, que se enfrentaron en los medios, con el fin de acabar con la maldición de Highgate. Ya se hablaba de chicas jóvenes que habían sufrido encuentros con lo sobrenatural y mostraron a posteriori cuadros médicos similares a los de Lucy y Mina en "Drácula".

Farrant fue acusado injustamente de profanación, se publicaron fotos suyas con estaca y crucifijo en mano. Manchester llegaría a obispo de la Iglesia Católica Antigua Británica. El primero tenía una aproximación más racional al problema y el segundo mucho más espiritual. Manchester fue quien afirma haber perseguido el "ataud negro" y, finalmente, ejecutar al vampiro; reconociendo una profanación.

Durante esta tensa situación, se produjo la intervención masiva en Highgate.

Marzo de 1970.
La multitud atraviesa Swain’s Lane bajo la carcasa helada de la luna. Cientos de figuras cruzan tapias, se desplazan entre los mausoleos, abren tumbas como si al llegar al fondo pudieran reescribir el miedo. Un ladrido, un grito, pasos corriendo sobre la escarcha: Highgate responde con más niebla, más frío, más vacío. Cada féretro profanado es una pregunta añadida a la grieta.

1970–1974.

 La ansiedad se encarna en ritos, en un exorcismo que no exorciza nada. Agua, fuego, cruz, palabras huecas. El supuesto vampiro, rey de un territorio variable, hecho de conjeturas, nunca se deja atrapar. Animales muertos, cuerpos que no debían ser hallados, secretos mal cerrados. Todo queda inscrito en el inventario de lo siniestro.

La rivalidad de los protagonistas es apenas ruido de fondo. Lo esencial permanece: el mito va creciendo, nadie puede poseerlo.  

Si esta historia, en el tercer cuarto del siglo XX, no es bizarra, no se que más podría serlo.

Para más inri, en 1970 se estrenó "El poder de la sangre de Drácula", rodado en el propio Highgate, con el malísimo Christopher Lee y un elenco de actrices prietas; como corresponde a un film de la Hammer de esos años.

El cine imita a la realidad, que replica a la literatura, que copia al folclore, que interpreta ¿la realidad? 

Confieso que en mis visitas londinenses estuve perdiendo el tiempo entre el British Museum, la National Gallery, el Temple... y no puedo aportar imágenes de esas siniestras criptas con olor a moho y madera podrida, por las que circulaba el misterioso "ataúd negro", aunque espero no decepcionar con las imágenes reales del artículo. Saludos, y protegéos el cuello.


Highgate no ofrece respuestas. Conserva el temblor, resguarda el eco.

Aquí las páginas se escriben en humedad, y el rumor baja lento, como el agua, buscando reposo en algún nombre ya borrado.

 

Enlaces para el lector inquieto

 

 

 

 

 

 

 

 


 

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