Encina decide desconectar. Capítulo 2. El veterano


 

Capítulo 2

El veterano

 

4 de mayo de 2038.

10:35.

Polígono Nuevo Cobo Caleja.

Sala de profesores del Call center. Consejería de Educación Renovada de Valpurgis.

 

Era el primer día de prácticas, para la obtención del Certificado de Desempeño Pedagógico Resiliente, del joven Hugo Wilson.

Los de seguridad le habían mandado a la sala de profesores, sin más criterio que enviarle a algún sitio donde fuese vigilado por otros,  y allí se encontró con un veterano, a punto de jubilarse, Néstor.

Tras cruzar cuatro frases con él, Hugo le etiquetó mentalmente como "la Alegría de la huerta".

AH: Y con esa carrera que tienes. Y tan joven. ¿Cómo te has metido en esto de la educación?

HG: Bueno, siempre me ha gustado la docencia. He dado clases particulares a universitarios, y, realmente, voy a trabajar cosas muy ligadas a mi formación.

AH: Pero esto es muy duro. Mucho estrés. (Con expresión de cansancio infinito). Ahora todavía lo aguantas. Pero luego, te haces mayor y esto te destroza…

HG: Me lo estás poniendo muy negro.

AH: Si aguantas una temporada, hasta que encuentres algo mejor, vale, pero para pensar en trabajar aquí años y años… los que ya no tenemos más narices, bueno, pero los jóvenes…

HW: Yo de momento estoy aquí e intentaré realizar el trabajo lo mejor posible y luego ya se verá.

AH: En realidad es un trabajo bonito, no es el típico curro rutinario. Cada día es distinto. Lo malo es que no se ve ningún fruto. No me malinterpretes, no pretendo desanimarte.

HW: (Pues lo disimulas muy bien). Claro, claro.

AH: Han cambiado mucho las cosas. Antes el profesor tenía autoridad. Siempre ha habido tontos, pero los de antes eran discretos. Ahora los tontos se enorgullecen de exhibir su estupidez sin ningún pudor. Yo echo la culpa a los realitys y a los concursos exprés del metaverso. En ellos lo importante es contestar cualquier cosa aunque sea una parida. Es la cultura de la estupidez. No te preocupes, yo es que profeso el sentimiento trágico de la educación.

HW: (Ay, que fatiguita me está dando este hombre). Bueno, pues nada. Un placer. Voy a pasar por Administración a ver cómo va el tema.

 

Le cayó una reprimenda del administrador por perder el tiempo en la sala, charlando con los compañeros, en vez de personarse inmediatamente en su despacho. No era culpa suya, ya comprobaría que la información no era demasiado fluida y, en ocasiones, quedaba totalmente estancada.

Balbució sus excusas lo mejor que pudo y fue emplazado para presentarse ante Julio, tele responsable de Enseñanza Inmersiva Secundaria del centro Arcangel Sanadriel; un curtido profesor que sería su tutor.

—…Si yo te comprendo Daeneris —decía Julio a una madre con la que tenía entrevista virtual—, pero entiéndeme también tú. La decisión de Encina está fundamentada con imágenes, testimonios y el reconocimiento de tu propia hija. Ya te advirtió Encina de la situación y dispones de informes diarios. No tiene sentido que nos hagamos de nuevas y justifiquemos lo injustificable.

—…

— Daeneris, es la segunda vez que Raenira quema en clase material escolar. El escaneo de entrada no encontró el mechero. Ella ha reconocido que lo introdujo oculto. Todos sabemos que hay alumnos que fuman…

—…

— Daeneris, perdona, tu hija fuma. Lo he visto yo mismo por las cámaras externas; pero ese no es el tema ahora…

—…

— Daeneris, relájate, por favor. Encina te ha dedicado dos tutorías, de media hora y cuarenta minutos, durante la semana; y sabes que yo no puedo atenderte más de diez minutos. No me parece lo bastante urgente lo que planteas como para tener esperando a otras familias…

—…

—Es tu derecho. Si no aceptas la sanción de Raenira, puedes elevar recurso de alzada. No me parece lógico, tras haber provocado tu hija una alarma de incendio en el centro, con los consiguientes riesgos; pero es tu decisión. Debo dejarte, que tengas un buen día.

 

Hugo estaba asombrado de la templanza y asertividad de Julio y contemplaba la escena con reverente silencio.

El administrador apareció en un ángulo del campo de visión virtual de Julio y le informó de la presencia del novato.

—Tengo tres familias en lista de espera —dijo Julio al administrador.

—Se las paso a Néstor. Tómate un café con el chico nuevo y ponle al día de sus funciones. Ya sabes, virgen y mártir —añadió el administrador con socarronería.

Julio disimuló una mueca burlona. Puso sus gafas de Realidad Mixta en suspensión, con una mirada y un parpadeo; se levantó y saludó a Hugo.

 

—¡Así que tu has vivido el inicio y el final de la antigua secundaria, dos pandemias y la progresiva implantación de la IA docente! —se asombraba Hugo.

—Me queda un telediario, casi como a Néstor.

—¡No fastidies! Tu eres mucho más joven.

—Dos años.

—¿Solo? Con todos mis respetos, Néstor parece un tanto amortizado.

—No oye bien, tiene problemas de voz… Sobrevivir en este mundo es cuestión de azar y buena salud.

—Claro. Tienes razón. A saber cómo estaré yo a vuestra edad.

—Cómo y dónde —afirmó Julio, levantando el índice derecho —. Muchos de mis compañeros acabaron haciendo la maleta y yéndose a Reino Unido o los países nórdicos.

—¿Y tú no estuviste tentado de irte?

—No me gusta el frío y los glaciares; y vivo de los trienios —bromeó—. No, en serio. Tenía mi vida montada en Valpurgis y preferí minimizar gastos e intentar quedarme.

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