Cita con la Historia. 10. Rescate

 


Un soldado nacional percibió una imagen por su visión periférica. Un enemigo se había colado, sin saber cómo, en la trinchera, a su espalda. Se giró instintivamente, con rostro desencajado; y atacó a Víctor con la bayoneta, gritando salvajemente.

Un alarido desesperado sonó en la cabeza de Víctor, acompañado por exclamaciones de pavor en la sala secreta del Doce de Octubre.

 

La imagen cerebral de Víctor, traducida por la IA, perdió foco y se transformó en una abstracta nebulosa de píxeles.

—Sincronía perdida —anunció Mayte con tono neutro.

—¡Joder!¡Ese lugar es una maldita trampa! —exclamó Daniel con la voz rota.

—Se mantiene la frecuencia compartida con Sandra. Existe posibilidad de encuentro —apuntó Mayte.

—¿Y cómo van a salir de allí? — se desesperaba Daniel, mesándose el escaso cabello.

El profesor le tomó de los hombros:

—Si alguien es capaz de salir, son ellos. No tiremos la toalla, Daniel, por Dios.


—Coméntame la incidencia del síndrome de la mano de goma en el viaje remoto —pidió el profesor a Víctor.

—Desde antes de la implantación de la Realidad Virtual era conocido este proceso psicológico.

"A un voluntario se le oculta un brazo de su vista y se sustituye por una mano/brazo, de goma. Se aplican distintos estímulos al brazo real y al de goma, en sincronía.

"El voluntario acaba identificando el brazo de goma como propio. De improviso, el experimentador saca un cuchillo y ataca la mano de goma. El voluntario retira instintivamente la mano real."

—¿Cómo se manifestó ese síndrome en tu accidente de Jupiter?

—Estaba trabajando con un neuromanipulador, dirigiendo la perforación de un criobot en la superficie helada de Europa. Valoré incorrectamente las características del hielo. Parte del criobot se hundió, atrapando mi maniquí. Una fuga de ácido cayó sobre mi y comenzó a disolver mi cuerpo…

 

El profesor realizó una larga pausa para asimilar las atroces circunstancias del accidente.

—¿No fue posible desconectar tu mente del evento?

—Imposible. Estaba tan identificado con mi maniquí que era yo quien estaba allí… solo… destrozado sobre el hielo… disolviéndome en un charco de ácido… —relataba Víctor arrastrando las palabras.


"Desconozco cuánto tiempo pase, agonizando. Sandra apareció y, con infinita paciencia, logró rescatar la CPU del maniquí, instalarlo en su manipulador y traerme de vuelta a casa.

La historia se repetía. Víctor gritaba, se retorcía de dolor y se sujetaba las tripas con las manos.

—¿Qué haces Manué? ¡Como rompas el arma te van a fusilar!

—¿No lo has visto? ¡Estaba a nuestra espalda!

—¿Ya estamos con el espectro de la sindicalista?

 

Se refería a una prisionera civil que fue entregado a las tropas en Toledo. Corrían rumores de que su espíritu se aparecía en las ruinas del Clínico, ávido de su justa venganza.

Víctor bajó la vista hacia las manos, en el abdomen. Ni había manos, ni intestinos eviscerados. Su cuerpo era etéreo y de argénteo resplandor.

¡Soy como un ángel! —pensó Daniel.

Extendió una especie de tentáculo de plata fundida y, con fuerte concentración, consiguió dibujar arabescos en la arcillosa pared de la trinchera.

Manué y su compañero se miraron con ojos desorbitados y escaparon de la trinchera a grandes saltos.

—¡Es la caña! Puedo interactuar con el entorno y no tengo cuerpo.

Se concentró en diluir su "cuerpo" para no dar más sustos a los ya traumatizados soldados.

 

El comentario de los despavoridos Regulares le indujo a recorrer la trinchera en busca de algún elemento con que conectar con Sandra. Un trozo de espejo agrietado, seguramente usado para el afeitado, llamó su atención.

 

Los francotiradores mantenían su posición en la azotea del hospital desde hacía más de diez horas.

—Hay veces que las órdenes no tienen pies ni cabeza. Somos dos pacos. Matamos gente a distancia. Llevamos dos días esperando un objetivo “cuyo mando brilla solo”. ¿Tú lo entiendes Ibrahim? —preguntó el sargento legionario.

—La frase exacta del capitán fue: “El líder brillará con luz propia”. Claro que luego se echó a reír a carcajadas —aclaró el cabo de Regulares.

—¡Lo que yo digo! ¿Qué carajo significa eso? ¿Qué es esto, el glorioso ejército de Liberación o el jodido oráculo de Delos?

—No sé, mi sargento. Soy solo un moro inculto. El único oráculo que conozco es el de Delfos —rió disimuladamente.

—¡La madre que te parió! Deberían hacerte un consejo de guerra por llevar la contraria a un superior. Desde que los monos bajasteis de los árboles y fuisteis a la escuela, habéis perdido el respeto. Seguro que esta absurda misión nos la han encalomao por pasarte de listo con algún mando.

 

Un vehículo avanzaba hacia el frente desde el este.

—¡Volved, volved a la lucha!

Un grupo de hombres, en el bando republicano, abandonaba el Clínico.

Víctor había recorrido, flotando, buena parte de las trincheras y los alrededores del hospital, por alguna razón era incapaz de acceder al núcleo del edificio desde ninguno de los frentes.

Sí había observado una zona del hospital que evitaban tanto Legionarios como Regulares. Sospechaba que podía ser Sandra, con su cuerpo astral, asustando a los supersticiosos nacionales; y señalizando de paso su posición.

 

Víctor manipuló, con sus extrañas extremidades, el espejo encontrado en la trinchera, para lanzar destellos de morse a la posición dónde intuía a Sandra.

 

—¿Lo ves también Ibrahim?

—Sí, mi sargento. Un reflejo, al noreste —confirmó mientras relajaba su respiración.

—Ese traidor es muy listo.

—No creo que sea un traidor. ¿Balas expansivas o perforantes?

Las balas expansivas o dum-dum se fabricaban de forma artesana cortando con una lima en la envuelta cerca de la punta del proyectil. Esto hacía que el ápice se fracturase al entrar en el cuerpo, produciendo daños extensos, evitando que la bala saliese de la víctima y otorgando un poder de detención elevado, merced a la mayor energía disipada. Las balas perforantes se fabricaban con camisa de latón, su mayor dureza les permitía atravesar metales finos.

—No creo que sean tan estúpidos de ponerse a tiro. Tú eres el mejor. Prepara balas dum-dum y dispara sólo a mi orden. Yo prepararé perforantes para el coche, a ver si suena la flauta —ordenó el sargento.

Ambos hombres se colocaron en posición de tiro, levantaron el taco de mira de sus mausers 98 y ajustaron el cursor a la máxima distancia.

—Sargento, mire hacia dónde sube el humo. Tenga en cuenta la corrección por el viento.

—Tienes razón, muchas gracias.

 

Unos hombres bajaban del Pacard. Chaqueta de cuero, gorro… ¡Buenaventura Durruti! Uno de sus guardaespaldas llevaba el brazo en cabestrillo y el arma parecía un naranjero. 

Desde la supuesta posición de Sandra llegaron destellos de morse. "GOHOME…". Era la frase que utilizaba cuando volvían de alguna misión en los remotos desiertos marcianos.

 

Los pacos contemplaban la discusión sin decidirse a actuar.

—¿Cómo lo ves Ibrahim?

—Muy difícil. Mucha gente, mucha distancia.

—Cuando suban al coche intenta alcanzar al conductor a través de la ventanilla. Yo dispararé todas las balas que pueda a la parte de atrás.

 

Durruti y sus hombres, a excepción de Manzana, comenzaron a andar hacia atrás para no dar la espalda al enemigo. Manzana cubría un posible ataque de los anarquistas huidos con su naranjero, con la cinta sobre el hombro herido. De repente, un reflejo sobre el cristal de la ventana le deslumbró.

—¡Ventura! —gritó, mientras comenzaba a girar el cuerpo hacia su izquierda.

Durruti hizo ademán de sacar el colt 45 que llevaba oculto. Sus dedos rozaban la pistola cuando la cinta del naranjero resbalo del hombro de Manzana. Intentó detener  la caída sujetando el cañón del subfusil. Pero la culata golpeó su pierna adelantada y el arma, que no tenía seguro, se disparó.

 

 

—¡Ibrahim, es el mejor disparo que he visto en mi vida! —aplaudió el suboficial.

—Mi sargento, sabe perfectamente que yo no he disparado.

—Te propondré para un ascenso. Será nuestro secreto.

 

—¡Ventura! ¡Ventura! ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? —se lamentaba Manzana.

—¡Vamos! ¡Vámonos! ¡Hay que llevarle al hospital! —gritaban los hombres mientras introducían a Durruti en el vehículo.


Una fuerza incontenible succionó a Víctor como un remolino del diablo marciano. En la enérgica espiral contempló un rostro angelical que sonreía.

—Go home —susurró.

 

En Canfranc y en Madrid Sandra y Víctor despertaron a la vez.

Los humanos se deshicieron en abrazos y expresiones de júbilo.

Mayte contemplaba reflexivamente una imagen fugaz, que transmitieron los cerebros de los viajeros durante unos milisegundos, antes de despertar. Una cuerda que vibraba con una sonoridad armónica y majestuosa.

 

 

 

 

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